Ojo enamorado

Ojo enamorado
En tu mirada

jueves, 21 de mayo de 2015

TEXTEANDO 10

GATO
Por Ernesto de la Fuente

Lo había perdido todo: esposa, hijos, familia, casa. Su vida parecía estar acababa. Vivía por inercia, aún tenía trabajo y un pequeño cuchitril donde dormir. Pero la soledad lo atormentaba. Iba como muerto al trabajo, hacía todo mecánicamente y regresaba arrastrando los pies ¿Cuántos tiempo más sobreviviría?
Una mañana, en que caminaba lentamente con el tiempo justo para llegar a sus labores, encontró una caja llena de basura. Ahí, entre los desperdicios, se escuchaba un trémulo quejido. Se acercó intrigado y distinguió a un pequeño gato escuálido y casi muerto de hambre. Condolido por su desastroso estado, lo agarró con un periódico y se lo llevó al trabajo. El gato no volvió a emitir sonido alguno. Al ser rescatado de su abandono, olvidó seguir gimiendo su desgracia.
Silencioso, mudo, esperó a que su rescatador terminara su jornada de trabajo y se fue con él a su nuevo hogar. Ahí lo bañó e intentó darle de comer, pero el gato sólo quería agua. La comida no le interesaba.
-“Ya se resignó a morir”-pensó su nuevo amo, en tanto lo acariciaba con un paño seco y suave.
No obstante, no quiso renunciar y verlo morir, así que fue a una veterinaria a preguntar qué alimentos podría darle. Le aconsejaron una leche especial para gatitos desnutridos. La adquirió junto con un biberoncito que parecía de muñecas. Armado con las herramientas salvadoras, regresó para cuidar al gato.
Día tras día, noche tras noche, fue alimentando al gato. Tuvo que armarse de paciencia y tratarlo con mucha delicadeza. Éste se dejaba querer, pero no ponía mucho entusiasmo.
Un gato sin esperanzas ¡Que friega!-rezongó desalentado, pero siguió insistiendo.
Pasaron los días y con ellos las semanas, hasta que muy lentamente vio florecer al gato. Bueno, no es que el gato diera flores, pero ya se movía, jugaba, comía y dormía como un bendito. Era una enorme alegría verlo caminar majestuosamente por la casa. El gato era su vida.
Unos meses después, conoció a una hermosa mujer. Se asombró de que le hiciera caso y lo buscara. No sólo era guapa, si no también inteligente y excelente conversadora. Pasaba momentos muy gratos con ella. Todo se lo contaba a Caifás, el gato, quien lo miraba entre divertido e interesado cuando hablaba de aquella hembra.
Con cierto temor, había rehuido que Caifás conociera a su enamorada, pero no podía postergarlo eternamente. Un buen día se dio la oportunidad de llevarla a su pequeña casa. Se sentía muy nervioso. Entraron y buscó al gato por todas partes. Ella lo ayudó, pero fue inútil. No había gato. Él sintió que el alma se le salía del cuerpo ¿Dónde demonios estaba Caifás? Las manos le temblaban y ella lo condujo suavemente a una silla. Lo abrazó, lo acarició, lo calmó y lo llenó de mimos. Él fue recuperando la compostura. Al estar finalizando el trance amoroso en la cama, le pareció escuchar un débil gemido. Lo curioso del caso es que no provenía de fuera del cuarto, ni de dentro. El gemido provenía de sí mismo. Cuando terminaron y él la rodeó amorosamente con sus brazos, un ronroneo cadencioso surgió de lo más íntimo de su ser.

-Te moviste genial Caifás –le dijo ella golosa y él sólo se limitó a sonreír.

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